Apenas tres semanas desde la anterior excursión, un nutrido grupo de socios de Harridunak nos reunimos el domingo 12 de junio para llevar a cabo una de esas salidas que siempre se recuerdan por mucho que pase el tiempo, la visita a la mina Hermosa o Sel del Haya, en el municipio cántabro de Udías.
No era la primera vez que organizábamos una visita a este yacimiento, ya que en 2012 realizamos otra salida con el mismo destino, pero creemos no equivocarnos si decimos que desde el mismo momento en que salimos de la bocamina ya estábamos planeando cuándo volver.
Y es que si ya de por sí la búsqueda de minerales engancha, la visita a una mina de interior es algo casi adictivo. No son muchas las oportunidades que se tiene para acceder a uno de estos lugares, así que siempre se espera con ansiedad el día señalado para volver a internarnos en el interior de la tierra.
La mina Hermosa o Sel del Haya es una explotación de plomo-cinc cuya actividad se desarrolló fundamentalmente entre 1855 y 1932, si bien en la década de los cincuenta y los sesenta se desarrollaron trabajos de cierta importancia. Asentada sobre calizas dolomíticas del aptiense, la mineralización principal comprende plomo y cinc, siendo este último el de mayor importancia, tanto en forma de carbonatos como de sulfuros.
A nivel de coleccionistas es famosa por los ejemplares de hemimorfita, smithsonita, e hidrocincita que se han obtenido en su interior, aunque también es frecuente encontrar muestras de galena, dolomita, esfalerita, calcita, y también cerusita, pirolusita y plattnerita.
Hace unos años se estudió, por parte de las autoridades de Cantabria, la posibilidad de acondicionar la mina para visitas turísticas, proyecto que, como otros muchos, la crisis económica se encargó de sepultar en el olvido.
Ni qué decir tiene que si en toda salida al campo es necesario tomar las debidas precauciones, en el caso de una mina de interior (abandonada, además) debemos ser extremadamente prudentes y precavidos con el fin de evitar o al menos minimizar cualquier situación de riesgo.
Una vez recibidas las indicaciones de rigor y equipados con material de iluminación y protección, nos dirigimos a la bocamina, distante apenas cien metros del lugar donde habíamos dejado los coches.
Ya en el interior de la explotación una larga galería de acceso nos introduce en la montaña en busca de los filones mineralizados. Se trata de un túnel de unos dos metros de altura por cuatro de ancho, excavado en la roca y sin entibación, siendo la propia roca la encargada de soportar la bóveda.
Tras un largo trecho totalmente llano desembocamos en una zona con abundantes restos de actividad industrial, destacando los raíles del suelo, las traviesas de madera, antiguos soportes de cables eléctricos, y un largo muestrario de lo que queda de los no tan lejanos tiempos en los que esta explotación era un continuo ir y venir de hombres y vagonetas.
En los muretes de alguna de las construcciones auxiliares existentes en la mina aparecen ya las primeras muestras de galena, despertando el interés de los buscadores menos pacientes.
Conforme el grupo avanza nos damos cuenta de la enormidad de la mina, galerías y más galerías, diferentes niveles, enormes planos inclinados, completan un conjunto que algunos estiman que se extiende más de 14 kilómetros, llegando a comunicar con el pueblo de Novales, situado al otro lado de la montaña.
En estas circunstancias, es necesario permanecer siempre juntos, por muy tentadores que sean los rincones que ilumina nuestro frontal.
El interior de la mina se encuentra relativamente seco, si bien en algunas zonas se hacía imprescindible ir equipado con botas de agua para evitar acabar con los pies empapados. No obstante, son pocas las zonas donde se aprecia la entrada de agua, algo tan corriente en otras explotaciones, por lo que aquí no se producen las espectaculares coladas de carbonatos que se aprecian en otras minas de nuestro entorno.
No obstante, algunas galerías atraviesan zonas kársticas donde se pueden apreciar las típicas formaciones de este tipo de entornos.
Aunque es cierto que en nuestro caminar encontramos algunos restos de comida o de otro tipo que nada bueno dice de los aficionados que allí los dejaron, la verdad es que la mina está relativamente limpia de residuos humanos, siendo lo más evidente las marcas realizadas en las paredes, aunque muchas de ellas se remontan a la época de explotación de la mina.
Una visita de estas características tiene mucho de observación del entorno, poniéndonos por unos momentos en la piel de los mineros que allí trabajaron, y atisbando sólo ligeramente la durísima vida que llevaban. Es algo que sobrecoge solo pensarlo. Si tras apenas tres horas de idas y venidas por las galerías y picando por afición de vez en cuando, ya acabas realmente cansado, cualquiera se imagina lo que supondría estar ocho o diez horas de duro trabajo bajo tierra, sabiendo que al día siguiente, y al otro, y al otro…había que volver ahí abajo.
Tras unas cuantas paradas para explicar detalles de la geología de la zona, la actividad industrial y la historia de la explotación, nos dispusimos a darles uso a martillos y cinceles en busca de los tesoros que encierra la Mina Hermosa.
No es que hasta ese momento la herramienta hubiese estado reposando en el fondo de las mochilas, la tentación era demasiado fuerte y cada pocos pasos un foco de luz se acercaba a las paredes o al suelo atraído por un fugaz brillo o el contorno de un agujero en la roca que bien podía ser la guardia de algunas lustrosas hemimorfitas.
Sin embargo, ya con la labor pedagógica realizada, sí que optamos por ir a alguna zona propicia, localizada días atrás gracias al esfuerzo de unos compañeros que previamente habían inspeccionado la mina para comprobar la seguridad de la misma y de paso localizar lugares donde extraer algunas muestras.
Que algo habían descubierto daba muestra el hecho que uno de ellos portaba una barra-puntero de más de un metro de longitud y que no la traía precisamente de adorno, a juzgar por el peso de la misma. Efectivamente, en una de las galerías habían hallado una gran geoda de calcita situada en una de las paredes laterales de la galería, a aproximadamente metro y medio de altura.
Tapizada de cristales de alrededor de un centímetro, y encajada en una dura dolomía, la extracción de piezas resultó mucho más complicada de lo previsto, limitándonos a obtener algunas muestras a pesar de los esfuerzos realizados.
Posteriormente nos encaminamos en busca de hemimorfitas, las cuales aparecieron tapizando placas de diversos tamaños, en una oquedad formada en uno de los muchos recodos que forman las galerías mineras.
También pudimos conseguir algunas smithsonitas muy brillantes tapizando pequeñas geodas en la dolomía y en zonas con presencia de galena. Con respecto a este mineral, su relativa abundancia tanto en filones como en trozos sueltos nos ayudó a que todos los participantes en la excursión pudieran llevarse a casa algunos vistosos ejemplares.
Con respecto a la cerusita, un minucioso repaso a las muestras con la ayuda de una lupa determinará si hemos hallado algún cristal de este carbonato de plomo.
En la zona más profunda que visitamos, junto a un plano inclinado que hacía honor a su nombre, dimos con un talud terroso, formado por arcilla y limonita, del que extrajimos bonitas muestras de hidrocincita, de un blanco inmaculado, formando costras botroidales y glóbulos aislados. Por último, en otras zonas de la mina conseguimos diferentes muestras de dolomita muy brillante, calcitas, y óxidos de manganeso formando dentritas.
Ya con el hambre notándose en el estómago, y la “cosecha” en la espalda, iniciamos el camino de vuelta a la superficie, remontando los planos inclinados y atravesando las largas galerías, con un paso menos vivo que horas antes, e incluso con menos bullicio entre los asistentes, consecuencia del cansancio acumulado. Incluso alguno, viéndose el último de la fila y con un buen plano inclinado cerrándole el paso, amenazaba con llamar a la parca y “tirar la cuchara”. Afortunadamente no se cumplió su deseo, y ya nos encargaremos de echar unas risas cada vez que recordemos el lance.
Poco a poco nos acercamos a la salida, y ya en el exterior comprobamos que además de minerales nos habíamos traído una buena ración de barro repartida por todo el cuerpo. Cosas que pasan, o como nos suelen decir cuando volvemos a casa con más de un golpe, arañazo, o martillazo: “Sarna con gusto, no pica”.
En resumen, una gran salida, un gran grupo, y una mina enormemente agradecida en la obtención de muestras y espectacular en su recorrido. No nos cabe duda de que para Udías no habrá dos sin tres.