Realizar una salida al campo en pleno mes de julio no deja de tener cierto riesgo, por más que por estos lares no sea raro tener jornadas de verano que apenas superan los 20 grados de temperatura máxima. Confiando en que las condiciones meteorológicas nos permitieran pasar un bien día al aire libre, habíamos planificado una interesante salida paleontológica para conocer de primera mano los importantes yacimientos de fósiles que se localizan en las inmediaciones de las localidades navarras de Eulate y San Martín de Zudaire.
Tomando como punto de reunión la Iglesia de San Martín de Zuadaire, pronto nos reunimos un numeroso grupo de socios, contando también con la presencia de nuevas incorporaciones que esperamos nos acompañen en futuras salidas.
El destino se encuentra a apenas un kilómetro del propio centro de San Martín, en las cercanías del río Uiarra. Nos encontramos en la Ameskoa Baja de Navarra, en terrenos del cretácico superior, teniendo a nuestras espaldas la sierra de Urbasa. En esta zona es frecuente la aparición de zonas margosas, grises o azuladas, y es precisamente en esas margas donde se pueden observar los restos fósiles de los animales que poblaban esta zona hace millones de años, cuando formaba parte del lecho marino en una plataforma carbonatada.
Atendiendo a las explicaciones de quienes dominan esta materia, conocimos que se trata de corales, esponjas, ammonites y sobre todo equinodermos (erizos de mar) que poblaban estos fondos en el cretácico superior, concretamente en el Santoniense, hace unos 86 millones años.
La verdad es que uno no deja de asombrarse cuando sostiene en su mano los restos perfectamente conservados de un ser vivo que habitaba en la Tierra mucho antes que nosotros. La sensación de ser una fracción de segundo en el calendario cósmico, que diría Carl Sagan, se hace más patente y abrumadora que nunca.
Pero no es sólo la escala temporal de lo que nos rodea lo que fascina a todos los integrantes del grupo, sino sobre todo la enorme abundancia de restos fósiles que a simple vista aparecen en las margas y en las cárcavas formadas en ellas por la erosión provocada por las lluvias.
Con ayuda de los expertos pudimos identificar varios tipos de corales, esponjas, algún que otro ammonite, y sobre todo erizos fósiles, que en esta comarca los agricultores denominan “calbarros”. Para ellos seguro que son más un incordio que otra cosa a la hora de labrar sus tierras, pero para nosotros suponían una auténtica maravilla.
Se encuentran muy bien conservados, pudiéndose identificar con claridad las marcas características que presentan en su caparazón, allí donde originariamente estaban insertadas las “púas”.
Entre estos equinodermos fosilizados un género era claramente preponderante, el Micraster (sobre todo la especie Micraster coranginum), a la cual pertenecían la inmensa mayoría de los ejemplares. No obstante, tampoco fue extraño dar con individuos del género Echinocorys (Echinocorys vulgaris), mientras que la aparición de Cidaris quedó reducida a un pequeño fragmento identificado por uno de los componentes de nuestro grupo.
Tras un buen rato inspeccionando la zona volvimos a San Martín, para dar cuenta del almuerzo. Posteriormente visitamos un yacimiento similar cerca de Larraona, tras lo cual dimos por finalizada la jornada.